Una de las consecuencias más importantes que se
derivan de la toma de conciencia de una sociedad es la manifestación artística
en torno a ese juicio que somos capaces de emitir sobre nuestra realidad y
nuestros actos. Ahí, la música, el cine, la poesía, la pintura, la fotografía,
la escultura, la danza y el teatro cobran una dimensión que rebasa la
espontaneidad de lo creativo y el valor lúdico propios del arte. Surge la
mirada hacia nosotros mismos, surgen la reflexión y la activación de otras
potencias internas.
Eso sí, lo anterior no obsta para señalar la
necesidad, apremiante, de mejorar los aspectos técnicos de futuras versiones de
esta fiesta de la cultura (y de tantos otros acontecimientos). Hemos de
recordar que la técnica no es el arte, pero es una ruta indispensable hacia él
o –lastimosamente– un obstáculo fatigoso, suficiente para desbaratar
proposiciones merecedoras de un mejor tratamiento. Si esos puntos no están
resueltos de modo adecuado, no se le presta el servicio que ameritan, ni al
sonido, ni al movimiento, ni a la palabra, ni a la imagen; precisamente los
portadores de los contenidos estéticos que constituyen la razón de ser de un
festival. Se pone en riesgo la eficacia de un mensaje a transmitir y se desafía
innecesariamente la paciencia de un público dispuesto a recibir. Cuando los
elementos de este proceso son tan significativos como en el Ruk’u’x, otorgarles
estas consideraciones es de fundamento aún mayor. Sirvan estas líneas para
animar a sus coordinadores y sus promotores para que aborden resueltamente
tales aspectos y les den seguimiento.
Por: Paulo Alvarado
Fotografías: Festival Rux'u'x
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